04 agosto, 2011

Estampas castellanas (y II)

Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad...

Aquí, en Castilla, las parcas se reciben como un invitado más, que con cierta frecuencia viene a hacer una visita: las mujeres son las que se hacen cargo de la mesa. Se me ocurre al hilo de esto, que hay aquí -y posiblemente en cualquier lugar- dos razas diferentes de mujeres, que como agua y aceite, pueden acercarse pero no mezclarse .

Las primeras son las mujeres valientes, que cuidan de los suyos, de si mismas y de cualquiera que necesite de sus manos. No lo hacen por fé, ni por caridad, sino por convicción. No esperan recompensa ni reconocimiento, no piensan siquiera que hagan algo extraordinario. Lo hacen. 

Las segundas son mujeres abnegadas, que hacen lo que les han enseñado que tienen que hacer, que son lo que les han educado para ser. Primero cuidaron de ellas sus padres, después un marido y finalmente unos hijos. Se saben extraordinarias y cualquiera que deje de reconocer este hecho es, por fuerza, un desconsiderado.

Unas no opinan sobre vidas ajenas, no por falta de interés, sino porque andan ocupadas en hacer la suya de la mejor manera que encuentran, en tender una mano a los vecinos y regalar una sonrisa a los que guardan alguna pena. Las otras andan muy ocupadas, y no viven, si no es en el hueco angosto que dejan las normas opiniones y quediranes, y sólamente en el poco tiempo libre que les deja la árdua tarea de juzgar a los vecinos e impartir lecciones de moral.

Vaya en esta entrada mi más sincera admiración por todas esas mujeres que saben que risa y llanto son caras de la misma moneda y que sólo el agua y no las lágrimas sirven para calmar la sed del caminante.

El que se muere, rico o pobre, siempre está solo, aunque vayan los demás a verlo. La vida es así   (...) RJS

No hay comentarios:

Publicar un comentario